Del cuento "El Rey desnudo" y una acepción...


Al interpretar la política como el principio generador de las normas que regulan ¿o desregulan? las costumbres, las formas y las relaciones de convivencia a nivel general dentro de las diferentes sociedades, no dejamos de encontrarnos con frecuencia momentos que nos hacen recordar instancias donde las minorías que gobiernan ¿o desgobiernan?, lo hacen con las características del cuento de la infancia como el que nos ocupa como referencia.

La gestión política tiene entre sus ingredientes un alto grado de desentendimiento, de disimulo y sin razón, por parte de aquellas personas que requieren subsistir o mantenerse en el goce de los “privilegios”, en el mejor de los escenarios o “aspirar” a los anteriores, en el menos deseable de los mismos.

Cuenta la historia de la vanidad del Rey y de su deseo por vestir la tela más suave y delicada ofrecida, por estafadores, con el valor agregado de ser invisible (ni real, ni posible) para las personas que no fueran lo suficientemente aptas, competentes e inteligentes para ejercer el cargo que su Majestad, les confería.

Ante tanta expectativa, el gobernante sintió nervios, acerca de si sería capaz el mismo, de ver tan prodigioso traje, por lo tanto, envió a dos de sus hombres de confianza para supervisar la elaboración de tan ansiada prenda. Obviamente, ninguno de los dos emisarios “admitió” la inexistencia e invisibilidad de la tela y del atuendo, para no “autodescalificarse” de su oportunidad laboral  e iniciaron una suma de alabanzas que de pronto alcanzó la popularidad o “cuasi”, como suele suceder en estos temas ejecutivos y de estado.

Finalmente, llegó el día, para que el primer mandatario “luciera” orgullosamente su logro y aún consciente de su inexistencia, no retrocedió, para no “evidenciar” su ineptitud, incompetencia, ni escasa inteligencia. El pueblo que le adulaba mantuvo y conservó la misma actitud que el gobernante y llegando al frenesí, alabaron el traje, el invisible, el inexistente. Pero en la multitud, un niño, que no le importaba autodescalificarse o que lo descalificaran, gritó “¡Pero si va desnudo!”, entonces la multitud adormecida, reaccionó y en coro gritaron como aquel niño. El Rey, escuchó, reconoció su desnudez, pero termino el desfile.

Nuestras sociedades inmersas en la adulación del clientelismo, de la oportunidad política, por lo tanto, de la “autonegación” del raciocinio, necesitan personas como el niño del cuento, que nos hagan despertar de las campañas mediáticas que “cuasi” mitifican mandatarios y funcionarios independiente de la ideología que “pregonen”, que embriagados de poder, pierden el norte, el sentido, la razón y el respeto, para confeccionar las versiones locales de sus vestidos mágicos e invisibles.
Como reza el decir “que las circunstancias actuales, no determinan quién soy”, espero que siempre existan niños y niñas o personas adultas, con la mentalidad de los anteriores, que no tengan miedo a “nadar en contracorriente”, que no les importe no ser del “montón” adormecido por conveniencia y que cuando el gobernante vista sus telas mágicas, incumpla sus promesas, violente la Ley y las leyes (de manera burda o menos), de manera ilegal o cuasi legal ¿…?, entre otras disfuncionalidades, griten al mandatario que ¡Va desnudo!, aunque probablemente escuchará, y seguirá "campante" su desfile hasta terminarlo... como el del cuento.

¡La violación histórica y sistematizada de la Ley y de las leyes, no tiene ideología!, pues…



Denis Fernando Gómez Rodríguez

Honduras, Centro América

11 de febrero de 2017

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