Impunidad ¿e "inmunidad"?
En el
campo político una de las definiciones de inmunidad es: “Privilegio por el
cual ciertas personas quedan libres de determinados cargos, obligaciones,
oficios o penas” y la impunidad
es “circunstancia de no recibir castigo un delito o un
delincuente”. En este campo de la vida y sus diferentes aplicaciones campos forman
un binomio que provoca la incidencia en cantidades geométricas de la cultura y
práctica ancestral de la corrupción.
Tiempo atrás, por estas coordenadas geográficas
se decidió acabar con la inmunidad parlamentaria, debido a que a sus sombra se
cometieron delitos de lesa humanidad (incluyendo asesinatos, de acuerdos a las
denuncias argumentadas ¿y talvez fundamentadas?, pero en todo caso omitidas) por
diferentes representantes del pueblo que independientemente de autodenominarse “progresistas”
o “conservadores” se cruzaban en los abusos de portar tan “honorable distinción”.
Semanas atrás y después de la aparente fragilidad que les ha ocasionado la
mencionada pérdida y ante las frecuentes exposiciones mediáticas de un
considerado número de administradores exógenos del erario en casos del “alto
impacto” de corrupción con diferentes denominaciones (seguro social, pandora y
el resto de cajas, planeta verde, guardia de honor, erratas y demás) se han
vuelto a escuchar “voces de ultratumba” que proponen retomar la inmunidad
parlamentaria y evitar así, ser juzgados con indicios de malversación de fondos
públicos como parte del sinnúmero de subterfugios que se pueden contraponer al
nuevo sistema de justicia anticorrupción que se promulga desde el estado y que
al mismo tiempo se erosiona desde las diferentes instancias históricas del
mismo.
No debemos olvidar que pese al “desaparecimiento
temporal” de la inmunidad, ha pernoctado un sistema de impunidad basado en el
ordenamiento jurídico de un estado de derecho concebido como norma, que no
ocurra nada extraordinario y cuando suceda la excepción, sea a nivel de las
personas integrantes de las diferentes redes a nivel bajo y en todo caso
intermedio. Esta impunidad ha generado un alto impacto en la corrupción local, al
grado de cooptar cualquier impunidad suspendida y lo ha hecho con nivel
altamente significativos en los diferentes ámbitos delincuenciales donde se ha
implantado.
Considerando los “avances” alcanzados sin necesidad de la
inmunidad y ante la eventual sumatoria de votos calificados como mayoría,
podemos predecir como un escenario probable que la inmunidad legislativa se
prepara para vencer en la aplicación de su derecho como poder del estado, no independiente,
e imponer a la sociedad o mejor dicho al Soberano, como suelen decir un número
no minoritario de personalidades que ante el buen uso de “la moral de situación”,
usan la consigna como sofisma, ¡nada más!, su sistema de corrupción e
impunidad.
Sin embargo, pese al sombrío panorama, pero
esperanzados en las muestras anosognósicas, que mencionaba el recordado Gaspar
Vallecillo, “olvidan” que en pleno Siglo XXI y ante el auge de la comunicación
por redes sociales (1) hoy pueden ser menos “oscuros” o “grises” que lo que han
acostumbrado en el manejo de su verdad; (2) como todo a nivel organizacional se
desgasta y eventualmente puede colapsar, si no hay acciones que se contrapongan
a esa erosión y (3) que las leyes de la naturaleza indican que todo lo que sube
baja porque todo cae por su propio peso; (4) que nada, ni nadie es para siempre
y (5) que no haya nada oculto que no haya de salir a la luz.
Las organizaciones civiles y sus integrantes,
especialmente las todavía no cooptadas ¿o las parcialmente cooptadas? son las
llamadas a ser catalizadoras de un movimiento que intente denunciar y combatir
esta podredumbre y en ese proceso se propongan ser lo más asépticos posible y aunque
quizá no “puedan” presumir de bañarse en el Ganges, al menos lo intenten… al
menos. De no alcanzar altos niveles de congruencia, contundencia y consistencia
entre lo que denuncian y lo que gestionan (en la luz y en la sombra) estaremos adentrándonos
en un estado mayor de indefensión, de corrupción, de impunidad y ojalá no, de
inmunidad legalizada.
Por lo pronto seguimos en la búsqueda de
hombres y mujeres que en su ejercicio de ciudadanía pretendamos jugar el papel
del niño en el cuento “del traje nuevo del Emperador”… ¿se anota?
De Hans Christian Andersen
"Hace muchos años había
un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que gastaba todas sus rentas
en vestir con la máxima elegancia.
No se interesaba por sus soldados ni por el
teatro, ni le gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera para lucir
sus trajes nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la
misma manera que se dice de un rey: “Está en el Consejo”, de nuestro hombre se
decía: “El Emperador está en el vestuario”.
La ciudad en que vivía el Emperador era muy
alegre y bulliciosa. Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, y
una vez se presentaron dos truhanes que se hacían pasar por tejedores,
asegurando que sabían tejer las más maravillosas telas. No solamente los
colores y los dibujos eran hermosísimos, sino que las prendas con ellas
confeccionadas poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que
no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida.
-¡Deben ser vestidos magníficos! -pensó el
Emperador-. Si los tuviese, podría averiguar qué funcionarios del reino son
ineptos para el cargo que ocupan. Podría distinguir entre los inteligentes y
los tontos. Nada, que se pongan enseguida a tejer la tela-. Y mandó abonar a
los dos pícaros un buen adelanto en metálico, para que pusieran manos a la obra
cuanto antes.
Ellos montaron un telar y simularon que
trabajaban; pero no tenían nada en la máquina. A pesar de ello, se hicieron
suministrar las sedas más finas y el oro de mejor calidad, que se embolsaron
bonitamente, mientras seguían haciendo como que trabajaban en los telares
vacíos hasta muy entrada la noche.
«Me gustaría saber si avanzan con la tela»-,
pensó el Emperador. Pero había una cuestión que lo tenía un tanto cohibido, a
saber, que un hombre que fuera estúpido o inepto para su cargo no podría ver lo
que estaban tejiendo. No es que temiera por sí mismo; sobre este punto estaba
tranquilo; pero, por si acaso, prefería enviar primero a otro, para cerciorarse
de cómo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados
de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban impacientes por ver
hasta qué punto su vecino era estúpido o incapaz.
«Enviaré a mi viejo ministro a que visite a
los tejedores -pensó el Emperador-. Es un hombre honrado y el más indicado para
juzgar de las cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay quien
desempeñe el cargo como él».
El viejo y digno ministro se presentó, pues,
en la sala ocupada por los dos embaucadores, los cuales seguían trabajando en
los telares vacíos. «¡Dios nos ampare! -pensó el ministro para sus adentros,
abriendo unos ojos como naranjas-. ¡Pero si no veo nada!». Sin embargo, no
soltó palabra.
Los dos fulleros le rogaron que se acercase y
le preguntaron si no encontraba magníficos el color y el dibujo. Le señalaban
el telar vacío, y el pobre hombre seguía con los ojos desencajados, pero sin
ver nada, puesto que nada había. «¡Dios santo! -pensó-. ¿Seré tonto acaso?
Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil
para el cargo? No, desde luego no puedo decir que no he visto la tela».
-¿Qué? ¿No dice Vuecencia nada del tejido?
-preguntó uno de los tejedores.
-¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el
viejo ministro mirando a través de los lentes-. ¡Qué dibujo y qué colores!
Desde luego, diré al Emperador que me ha gustado extraordinariamente.
-Nos da una buena alegría -respondieron los
dos tejedores, dándole los nombres de los colores y describiéndole el raro
dibujo. El viejo tuvo buen cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria
para poder repetirlas al Emperador; y así lo hizo.
Los estafadores pidieron entonces más dinero,
seda y oro, ya que lo necesitaban para seguir tejiendo. Todo fue a parar a sus
bolsillos, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos continuaron, como
antes, trabajando en las máquinas vacías.
Poco después el Emperador envió a otro
funcionario de su confianza a inspeccionar el estado de la tela e informarse de
si quedaría pronto lista. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y miró,
pero como en el telar no había nada, nada pudo ver.
-¿Verdad que es una tela bonita? -preguntaron
los dos tramposos, señalando y explicando el precioso dibujo que no existía.
«Yo no soy tonto -pensó el hombre-, y el
empleo que tengo no lo suelto. Sería muy fastidioso. Es preciso que nadie se dé
cuenta». Y se deshizo en alabanzas de la tela que no veía, y ponderó su
entusiasmo por aquellos hermosos colores y aquel soberbio dibujo.
-¡Es digno de admiración! -dijo al Emperador.
Todos los moradores de la capital hablaban de
la magnífica tela, tanto, que el Emperador quiso verla con sus propios ojos
antes de que la sacasen del telar. Seguido de una multitud de personajes
escogidos, entre los cuales figuraban los dos probos funcionarios de marras, se
encaminó a la casa donde paraban los pícaros, los cuales continuaban tejiendo
con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilados.
-¿Verdad que es admirable? -preguntaron los
dos honrados dignatarios-. Fíjese Vuestra Majestad en estos colores y estos
dibujos -y señalaban el telar vacío, creyendo que los demás veían la tela.
«¡Cómo! -pensó el Emperador-. ¡Yo no veo
nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tan tonto? ¿Acaso no sirvo para emperador? Sería
espantoso».
-¡Oh, sí, es muy bonita! -dijo-. Me gusta, la
apruebo-. Y con un gesto de agrado miraba el telar vacío; no quería confesar
que no veía nada.
Todos los componentes de su séquito miraban y
remiraban, pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante, todo era exclamar,
como el Emperador: -¡oh, qué bonito!-, y le aconsejaron que estrenase los
vestidos confeccionados con aquella tela en la procesión que debía celebrarse
próximamente. -¡Es preciosa, elegantísima, estupenda!- corría de boca en boca,
y todo el mundo parecía extasiado con ella.
El Emperador concedió una condecoración a
cada uno de los dos bribones para que se las prendieran en el ojal, y los
nombró tejedores imperiales.
Durante toda la noche que precedió al día de
la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados, con dieciséis lámparas
encendidas, para que la gente viese que trabajaban activamente en la confección
de los nuevos vestidos del Soberano. Simularon quitar la tela del telar,
cortarla con grandes tijeras y coserla con agujas sin hebra; finalmente,
dijeron: -¡Por fin, el vestido está listo!
Llegó el Emperador en compañía de sus
caballeros principales, y los dos truhanes, levantando los brazos como si
sostuviesen algo, dijeron:
-Esto son los pantalones. Ahí está la casaca.
-Aquí tienen el manto… Las prendas son ligeras como si fuesen de telaraña; uno
creería no llevar nada sobre el cuerpo, más precisamente esto es lo bueno de la
tela.
-¡Sí! -asintieron todos los cortesanos, a
pesar de que no veían nada, pues nada había.
-¿Quiere dignarse Vuestra Majestad quitarse
el traje que lleva -dijeron los dos bribones- para que podamos vestirle el
nuevo delante del espejo?
Quitose el Emperador sus prendas, y los dos
simularon ponerle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendían haber
terminado poco antes. Y cogiendo al Emperador por la cintura, hicieron como si
le atasen algo, la cola seguramente; y el Monarca todo era dar vueltas ante el
espejo.
-¡Dios, y qué bien le sienta, le va
estupendamente! -exclamaban todos-. ¡Vaya dibujo y vaya colores! ¡Es un traje
precioso!
-El palio bajo el cual irá Vuestra Majestad
durante la procesión, aguarda ya en la calle – anunció el maestro de
Ceremonias.
-Muy bien, estoy a punto -dijo el Emperador-.
¿Verdad que me sienta bien? – y volviose una vez más de cara al espejo, para
que todos creyeran que veía el vestido.
Los ayudas de cámara encargados de sostener
la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla, y avanzaron con ademán
de sostener algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no veían
nada. Y de este modo echó a andar el Emperador bajo el magnífico palio,
mientras el gentío, desde la calle y las ventanas, decía:
-¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del
Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo!
Nadie permitía que los demás se diesen cuenta
de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido.
Ningún traje del Monarca había tenido tanto éxito como aquél.
-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto
un niño.
-¡Dios bendito, escuchen la voz de la
inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que
acababa de decir el pequeño.
-¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice
que no lleva nada!
-¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el
pueblo entero.
Aquello inquietó al Emperador, pues
barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: «Hay que aguantar hasta el
fin». Y siguió más altivo que antes; y las ayudas de cámara continuaron
sosteniendo la inexistente cola".
Denis Fernando Gómez Rodríguez
Tegucigalpa,
Honduras; Centro América
20 de febrero de 2019
Dos días después de
la celebración 26, del primogénito Fernando Alfredo, ¡Felicidades hijo!
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