Del reto y la tarea de cumplir con los principios que rigen el sistema electoral
Para
el proceso de elecciones generales del próximo domingo 26 de noviembre, se
espera que los Magistrados del ente rector electoral, erigido como “árbitro imparcial”
¿…?, deben velar por el cumplimiento de los contendores/as de cada uno de los trece principios que norman el sistema político electoral y que generan la expectativa de regirse por el cumplimiento
irrestricto de la ley (Robinson y Acemoglu, en el
libro “ Por qué fracasan los países”, el Estado de Derecho, no implica que la
ley se aplique y que se cumpla), que permita por acción, no por declaración,
que la opinión pública y la ciudadanía en genral, perciban la requerida confianza y la
credibilidad institucional, que por ahora se cuestiona en una proporción
significativa y quizás, altamente significativa.
El
Tribunal Supremo Electoral, debe promover y realizar acciones concretas en la
legitimidad de la vigilancia y el cumplimiento de la ley por parte de los
partidos políticos y de los candidatos/as, independientemente de expresiones
como la de un célebre que expresó sin atisbos de pena “al Tribunal Supremo
Electoral, nadie le paga las sanciones o multas”, frase lapidaria, que se
cumple cada cuatro años durante los procesos primarios y generales, con la
misma impunidad que el sistema actual (y originario) promueve y que por lo
pronto no existen asomos de vientos de cambio.
Los
principios legales que deben cumplirse y respetarse inician con garantizar la
universalidad del ejercicio del sufragio y la libertad electoral. La administración
electoral desde el TSE, debe ser (aunque no puede) imparcial para que la gesta en
cada una de las etapas preelectoral, electoral y poselectoral, sean transparentes
y honestas y venzan con creces, las denuncias prematuras de fraude electoral,
que los partidos de oposición (unos con vínculos no formales de poder con el
que gobierna, en otros asuntos de la política y de la administración pública)
proclaman como consigna de campaña, con el reclamo “per se” y catalizador de la
desconfianza, por no tener un representante partidario, conculcado por los
congresistas que en el 2014, eligieron a los Magistrados del ente electoral, en
su última noche de funciones y bajo los efectos de una especie de alteración
intestinal, que causo una serie de deposiciones legislativas que frenaron las
aspiraciones de dos partidos que por su volumen de sufragios, “merecían”, por
la usanza histórica, tener a su representante.
Al
Tribunal Supremo Electoral, le convendrá abrir la mayor cantidad de espacios posibles
para que los partidos políticos no encuentren ninguna restricción que evite el
cumplimiento del principio de igualdad; el respeto a la secretividad del voto y
la intransferibilidad del mismo, que desvanezcan los argumentos prematuros de
fraude, los propios del proceso y los de la transmisión, divulgación y
proclamación. De igual, el cumplimiento
del principio de legalidad.
Sin
duda se hace y hará realizar ejercicios de rendición de cuentas a nivel de los
partidos políticos, de los candidatos/as a cargos de elección popular, de las
organizaciones civiles en calidad de observadores y de auditores sociales y por
supuesto, de la población en general.
En
el proceso general, los principios de buena fe, de debido proceso, de proceso
de oficio y equidad se deben convertir en condición “sine qua non” para que la
percepción pública pase de la actual desconfianza y la falta de credibilidad a
mejores calificaciones y percepciones públicas.
El
reto para el Tribunal Supremo Electoral, es que sea un árbitro creíble-confiable
en la dirección del proceso comicial de acuerdo a los indicadores
internacionales de elecciones democráticas.
La
tarea, es que sea un juez justo que promueve y asegure elecciones LIMPIAS,
TRANSPARENTES y respeten la voluntad de las mayorías, a pesar que no se logren evitar
los cambios de domicilio irregulares, el tráfico con las tarjetas de identidad,
que los partidos políticos estén representados en las mesas electorales, el
mercado persa que representan las credenciales en blanco y que los/as
candidatos/as que no ganen, no tengan objeción alguna porque no ganaron y que
entonces perdieron, porque les hicieron fraude. Las disfuncionalidades anteriores
no tienen ideología.
Denis
Fernando Gómez Rodríguez
Junio
7, de 2017
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